Pero bueno, volvamos a lo
mío. Acabo de llegar a un río, tengo la certeza de que ya nadie me sigue. Me
dirijo al local donde he quedado con Thomas, cojeando, empapada en lluvia y
sangre. Los resplandecientes, lujosos y maravillosos edificios del pasado han
quedado reducidos a miseria. Los cristales rotos, lúgubres y vacíos portales,
un silencio eterno que les invade, los tonos grises característicos del
abandono me hacen dudar seriamente sobre la existencia del más allá. Entro en
el portal con el número 7 y subo a duras penas las empinadas escaleras. Observo
con detenimiento el laberinto de pasillos e imagino lo que sería aquello
anteriormente; unas oficinas, unos
grandes almacenes, quizás la editorial de un prestigioso periódico… Giro a la
derecha y entro al servicio. Me meto en el tercer baño y abro en el techo una
losa hueca. Subo como puedo hasta arriba y me arrastro por el estrecho pasillo
hasta los conductos de ventilación. Vuelvo a colocar la losa en su sitio y me
dirijo hasta una zona más amplia en la qué podría gatear. Sigo el pasillo
de tuberías y cables de corriente que
antes solían funcionar y llego a mi punto de reunión. Una habitación en el
edificio más alto de la ciudad; el único lugar donde me siento segura. Lo descubrí
hace unos años, cuando Thomas y yo llegamos a la ciudad. Buscábamos un refugio
seguro, y tras dos días andando sin descanso Thom lo encontró. Con el tiempo
hemos ido decorando el habitáculo con trastos viejos que hemos ido encontrando
por ahí. Me siento en el sillón de piel negro a descansar un poco mientras
llega Thomas, y observo con detenimiento la habitación. El único colchón que
tenemos tendido en el suelo con unas sábanas blancas y una colcha rosa destaca
entre todo lo demás. Las paredes, pintadas de un tono amarillo para dar
claridad, (ya que la bombilla con la que contamos da una luz tenue y pobre),
están decoradas con recortes de
revistas y periódicos interesantes; y un
mapa enorme. Tengo en una pizarra apuntadas las cosas que tengo que
hacer, y además es la única forma de comunicarme con Thom cuando no estamos
juntos. No hay ninguna ventana, por lo cual
la habitación es totalmente invisible desde el exterior. En frente del
sillón hay una mesa de caoba abarrotada de papeles sin revisar. Miro a mi
derecha, donde está la estantería de las armas. No falta ninguna, ni siquiera
un magnum, por lo que intuyo que Thomas ha salido desarmado. Me pongo en pie y
busco el botiquín rojo, que probablemente este en una caja próxima a la nevera.
Lo encuentro sin mucha dificultad y lo abro. Me miro en un pequeño espejo; por
suerte solo ha sido un rasguño y empiezo de nuevo a percibir los sonidos. Me
desinfecto la herida y me tomo una pastilla para que se baje el hinchazón del
tobillo. Abro la nevera, está casi vacía. Para mañana nuestras reservas se
habrán agotado; y solo tenemos en
nuestro frigorífico tres latas de aceitunas, dos botellas de agua y una de
vodka, un poco de leche, algo de queso, y verdura mustia. Cojo una lata de
aceitunas y cierro la nevera. Me tumbo en la cama apoyando la cabeza sobre la
almohada y mastico un par de aceitunas. Empiezo a pensar en donde estará
Thomas, preocupándome cada vez más, pronto darán las 1 y ya debería haber
vuelto. Se me empiezan a cerrar lentamente los ojos y, rendida por el
agotamiento, me quedo profundamente dormida.
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