viernes, 17 de mayo de 2013

Capítulo 8.

El tiempo que ha transcurrido es como si nunca hubiera existido. Seguimos siendo las mismas de siempre, excepto por el simple hecho de que tenemos unos años más. Nos miramos en silencio y se sienta a mi lado, aclarando sus ideas, intentado recordarme mejor. Le sonrio y empiezan a formarse preguntas que no consiguen escapar de la comisura de sus labios. Thomas, desconcertado, rompe el silencio que inunda la sala.

-Bueno, ¿alguien me va a explicar qué está pasando aquí?

-Oh, claro Thom. Te presento a Kyra. Cuando aún vivía con mi padre en la zona de seguridad, iba al centro de estudios con ella y algunos chicos más. Eramos buenas amigas en aquella época. Tras la muerte de Finnick no supe más de  ninguno; hasta ahora.

Kyra permanece callada, esperando una posible respuesta que no llega.

-Ail... -comienza a decir, pero se le atragantan las palabras.- Cuando te fuiste cambiaron muchas cosas en el grupo. La mayoría se fue lejos unos meses antes de que ocurriera todo. Nos decían a menudo que iban a trasladar la zona a otro lugar por problemas con una multitud de caníbales que no lograban contener. Todos se fueron. Bueno, todos no. La mayoría de los ancianos que aún podían moverse decidieron quedarse con los demás; y junto a ellos los niños del centro de estudios que estaban internos. Nos encerramos en el fuerte; ya que era el sitio más seguro de toda la zona, ya allí permanecimos semanas haciendo guardias constantes. Pasado un tiempo nos confiamos. No había habido ningún indicio de movimiento en el exterior, y se redujeron las guardias. Pronto empezamos a hacer como si no hubiera ocurrido nada de la mudanza, vida normal. Un día de marzo llegaron; era noche cerrada. Al verlos empezamos a correr tan rápido como pudimos, no llegamos ni la mitad al fuerte. Un hombre nos encerró en una trampilla a Eric y a mí y nos dijo que no nos movieramos de allí hasta que el silencio fuera absoluto. Voces, pasos pesados, gritos de sufrimiento y diversas armas siendo utilizadas era todo cuanto escuchamos. Oí al señor apestillar la puerta y prepararse para matar en cualquier momento. No le dio tiempo ni a ver lo que se le venía encima. Hombres grandes y fuertes, armados hasta los dientes y empapados de sangre se aproximaron hasta él. Estuvimos días en la trampilla. Cuando salimos no quedaba nadie, manchas en el suelo y más visiones repugnantes era lo único que reconocía de todo aquello que me había protegido. Recogimos lo que pudimos y echamos a correr sin mirar atrás. No volvimos. Eric y yo dimos con un buen escondite para alojarnos y empezamos a entrenarnos con lo que teníamos. Pasó el tiempo rápidamente, hasta hoy. No hemos vuelto ha hablar de lo sucedido, aunque siempre permanecerá en el recuerdo.

Me cuesta unos segundos asimilarlo, todos y cada uno de ellos forman parte de mi pasado, y por tanto, de lo que soy en el presente.

- ¿Y Halt,  Louis...? -Ella niega con la cabeza, con una mirada triste.- Entiendo...

-Eh... Lo importante es que nosotros si estamos aquí, y aunque no se pueda cambiar el pasado sí el futuro. Está en nuestras manos y creo que todos los presentes en esta sala estamos dispuestos a luchar para conseguirlo. Como querría Finn, como querría cualquiera de aquellos que se unieron a la causa.- dice Thom en un tono alentador.

Le miro unos instantes y me guiña el ojo acompañado de una media sonrisa. Siempre sabe que decir en el momento justo. Puede parecer a veces un crío, pero cuando lo necesites estará ahí para cuidarte. Agradezco el tenerlo como compañero, y es ahora cuando más cuenta me doy, tras haber tenido la vida y la muerte pendiendo de un hilo. Un hilo que él en cierto modo sostenía.

jueves, 4 de abril de 2013

Capítulo 7

A unos cientos de metros de allí, un rostro amenazante vigila la gasolinera. Se agacha y examina las huellas que han dejado las motos sobre el polvoroso camino de tierra. Mira al frente y dirige una mirada de odio hacia su presa, mientras la furia se apodera de su cuerpo. Decidido, avanza sigilosamente hasta el establecimiento.

                                                    ***************************

Un escalofrío me recorre la espalda, pero prefiero pensar que es a causa del fuerte sabor de los caramelos mentolados y la Cocacola que ha encontrado Thomas. Es una suerte que estas cosas no tengan fecha de caducidad. Terminamos rápidamente con la comida que nos queda. Él me sonríe y empieza a charlar de cosas absurdas y a contar historias que oyó en su infancia.

- ¿Sabes? Yo de pequeño soñaba con ser un marinero que surcaba los mares sin preocupaciones ni ataduras. Me imaginaba descubriendo islas perdidas en las que habitaban extrañas criaturas, como sirenas o piratas con los que combatir por algún tesoro que mereciese la pena.  Oí una vez hace mucho tiempo, la historia de un tal Jack que dejó su vida de marinero mercante por la de un corsario despiadado que quería apoderarse de los mares, ser el último pirata para que su nombre hiciese historia. Conseguía todo lo que deseaba esforzándose al máximo y siempre cumplía sus objetivos. Durante años soñé en convertirme en alguien reconocido por las hazañas que realizaría, como él, pero pero todo el mundo crece, las ilusiones se agotan y los sueños se abandonan.

Le escucho atenta, sumergida en la magia de sus palabras, recreando en mi mente los hechos que inventa, como si de una película se tratase. Thom siempre ha sido muy imaginativo, le encanta planear todos nuestros movimientos, aunque casi nunca tenemos tiempo de hacerlo.

                                                   *****************************

La misteriosa persona abre con facilidad la puerta bloqueada y se protege la cara con una gruesa capa. Lleva en la mano una pistola con un silenciador, aunque cree que no le hará falta , será demasiado fácil eliminar a quién sea que haya dentro. No se entretiene demasiado en mirar a pesar  de la infinidad de objetos  que hay revueltos por el suelo y sitios para esconderse; sabe perfectamente donde ir y que hacer.

                                                 ******************************

Thom sigue enfrascado en sus recuerdos, y poco a poco se me van cerrando los ojos. De repente, algo pasa y yo me espabilo al tiempo que Thom enmudece. Sé que fuera algo no va bien, y él también se ha dado cuenta. La puerta que nos aísla de la realidad en la que vivimos inmersos se abre de pronto con una fuerte patada. Miro con mi arma levantada a quién quiera que sea el idiota que me tiene encañonada. Thomas apunta al sospechoso algo nervioso, porque si le disparara yo también caería inevitablemente. Sigo observando fijamente a mi agresor , aunque no consigo ver su cara, que se encuentra  oculta totalmente por la oscuridad de su capa.  Un rayo de luz, un movimiento repentino o quién sabe qué me permite ver por un segundo sus ojos. Hay algo familiar en ellos, y comprendo que tras esa mirada perdida en la confusión del momento permanece un recuerdo de mi niñez que no consigo ubicar claramente. Veo pasar brevemente toda mi infancia hasta que se detiene en un punto en concreto.
Estoy jugando con mis amigos al escondite en un lugar oscuro que parece un almacén o una fabrica. Todos salimos a correr cuando la niña del pelo oscuro y mirada enigmática empieza a contar. Me escondo tras un portón metálico y aguanto la respiración agitada por la carrera. Cierro los ojos para que se acostumbren a la luz y cuando los abro me encuentro de frente con unos ojos divertidos y una sonrisa burlona.
Los mismos ojos que ahora me sostienen la mirada. Esperamos así unos instantes, en lo que empieza a temblarle el pulso.  Entonces Thomas decide disparar a sangre fría, aprovechando la ocasión.

-¡No! - Le detengo, exaltada. Ahora él también arruga la frente en  busca de aclarar sus ideas, porque solo ve que le he perdonado la vida a un encapuchado dispuesto a asesinarme.

La chica baja el arma y me dirige una mirada que dice claramente "¿Por qué?" y leo la duda en su expresión. De  pronto, algo en su mente se acciona y dice:

- ¿Ailann?

martes, 26 de febrero de 2013

Capítulo 6

Thomas me mira exhalando una bocanada de aire frio. Empieza a oscurecer y se baja de la moto, estirando sus piernas entumecidas. Suelta un gemido al apoyar  peso del cuerpo de nuevo, y frota con fuerza sus pantorrillas. Llevamos todo un día de camino, aunque aún nos queda mucho recorrido por trazar. Observo los rasgos de cansancio en su cara, que me dirige una mirada afable. Decido por fín pasearme por la zona y elegir un lugar para pasar la noche. Me bajo de la moto inspeccionando el lugar con delicadeza, intentando no pasarme ningún indicio de vida a mi alrededor. Cojo una linterna y apunto con ella a cualquier objeto sospechoso. Hemos parado en una vieja gasolinera abandonada a las afueras de un pueblo cercano. El sitio no parece para nada un lugar peligroso, ni siquiera hay una mísera señal de que haya habido en ella alguien recientemente. No hay gasolina en el surtidor, algo que no me extraña, y los estantes del interior del comercio están revueltos y la gran mayoría vacíos. Todavía quedan cosas que podrían ser de gran utilidad en un apuro; pero dudo mucho que las  personas que en su día vinieran atemorizadas pensaran en ello. Recojo del suelo un pequeño frasco polvoriento, del cual no puedo ver el contenido. Intento leer la etiqueta del envase, pero lleva años desgastada. Abro el tarro y olisqueo vagamente su contenido. Anticongelante para el motor. Bueno,  menos se que mi motocicleta no se averiará por las bajas temperaturas nocturnas. Guardo el frasco en la bolsa que cuelga sobre mis hombros y avanzo hasta el almacén. La puerta ha sido forzada y el interior del local desvalijado. Dudo mucho que hubiera estado nunca tan vacía. La habitación es cálida y parece limpia, puede que sea un buen lugar para descansar. Reviso el resto de la gasolinera y llamo a Thom para que venga a comer algo. Thom trae arrastrando las motos hasta donde supongo que estaría el mostrador y las tumba sobre el suelo para que no se vean desde el exterior. Después cierra la puerta como puede y la atranca con una barra metálica. Me dirijo al almacén, mientras Thomas recoge entretenido algunos objetos del suelo. Luego me los lleva y se vuelve a ir, divertido. Me siento en el suelo y enciendo un Led que nos alumbrará toda la noche. Me acerco lo que ha traído y se me escapa una tonta sonrisa. Reconozco que es un chico muy listo. Ha fabricado una especie de sillín a base de corcho y lo ha recubierto con tela fluorescente. La verdad me alegro de que alguien poca un poco de color a toda esta locura. Hay otro sillín idéntico, que supongo que será para uno de los dos. Saco una bolsita transparente de la mochila y extraigo de ella un poco de queso, más bien lo que quedaba de él, dos manzanas y una botella de agua. Es una cena pobre, lo sé. Lo más probable es que un 75% de la población del mundo desee una comida como esta, aunque solo sea un bocado. Limpio una manzana con el reverso de mi manga y le pego un gran mordisco; estoy hambrienta. Tengo que esperar a que llegue él, aunque solo sea por educación. Como tarde mucho comerá solo, me rugen las tripas.  Al poco entra a la habitación, sonriente y cargado hasta arriba, apenas se le ve la cara. Cierra la puerta dando un sonoro portazo y suelta las cosas. Me sonríe, con cara de estar muy orgulloso de si mismo y le devuelvo la sonrisa. Toma en sus manos algo que no alcanzo a ver y lo esconde detrás suya.

-¿A qué no adivinas qué es? - me dice, infantilmente.

-Mmm.... A ver.... ¡Un unicornio! - me río.

-¿Cómo lo has sabido? - me responde, fingiendo estar sorprendido.

-Le he visto el cuerno, jijijijiji.- Bromeo. Me encanta hacerlo con Thomas, es la única persona que me puede hacer que me sienta como una niña pequeña, con la única persona con la que puedo volver a ser yo misma. Sin fingir, sonriendo, riendome enérgicamente. Total, dicen que para ser feliz es importante. - Bueno, ¿me vas a decir ya qué es o me vas a dejar con la intriga?

miércoles, 2 de enero de 2013

Capítulo 5

Bajo la empinada cuesta que me lleva hasta el garage y consigo abrir, no sin esfuerzo, una puerta oxidada. Avanzo un poco hasta un bulto tapado con una lana que está cubierta de una gruesa capa de mugre. Destapo después de años sin ser usada mi preciosa Ducati y me subo. Acaricio las llaves con la yema de los dedos y la arranco. Dejo que su sonido, su color, su fragancia a gasolina me envuelvan y me teletransportar en un viaje por mi pasado. La infinidad de recuerdos traídos de ninguna parte me recuerdan de algún modo la primera vez que la vi.
Mi padre montaba sobre ella como si de un jinete se tratara. Llevaba una camisa beis remetida remetida entre los pantalones de pana y una chaqueta. Mi padre solía decir que cuando viajaba en ella se sentía como un pequeño Indiana Jones; supongo que será alguien de su pasado o algún héroe de su tiempo, no lo se. Un día observó mi cara de asombro ante el rugido de su motor, y me preguntó si me gustaba. Yo asentí con la cabeza y mi padre me cogió en sus brazos, me abrazó muy fuerte y me dijo con una sonrisa que algún día sería mía. Lo que yo no esperaba  es que fuera tan pronto. Claro, que tener como padre a Finnick Clafin, supone cierto riesgo. Le tendieron una emboscada en algún lugar remoto y allí quedó, inmóvil en el suelo, el que todos conocen como el gran héroe. Mi padre me dejó sola, con apenas nueve años, en manos de sus amigos de la organización, que empezaron mi entrenamiento casi de inmediato. Ocho años después, fui, soy, y seré la mejor Protectora del mundo. Quizas me venga de familia; ojalá lo supiera. Supongo que por eso le tengo tanto aprecio a la moto; aún me trae con el viento las cariñosas palabras de mi padre. Me doy cuenta de las lágrimas en mis ojos cuando me veo reflejada en el acero inoxidable del manillar y me las seco al instante. Llevo sin llorar desde hace ocho largos años, y así seguirá siendo. Ni un solo momento de flaqueza. Salgo de la cochera y miro a Thomas, desesperado, intentando configurar su Edis. Aprieta enfadado la pantalla del intercomunicador sin conseguir grandes resultados. Maldice en un susurro a todos los programas posibles y tira el Edis a un lado de la carretera. Hunde la cara en la profundidad de sus manos e hinca los codos sobre sus rodillas. Me acerco despacio, sin emitir el menor ruido, y recojo el Edis del suelo; parece que no se ha roto. Thom levanta la cara encendida de su agonía y me contempla un rato mientras configuro su intercomunicador.

-Parece que no te llevas demasiado bien con la tecnología ¿eh?- le digo ofreciendole la especie de reloj con una mano.

-Ese trasto nunca ha funcionado bien, y lo sabes perfectamente

-Claro, por eso a mí me funciona y a ti no -exclamo irónicamente-. Cógelo, sin el nunca llegaras muy lejos. ¿O acaso tienes otra forma mejor de comunicarte con Mathew?

Me bufa enfadado y me quita el Edis de las manos. Lo tomaré como un no. Se pone en pie de un salto y avanza hasta la moto. Pronto le pierdo de vista, pero al minuto vuelve.

-¿Qué pasa? ¿No vienes? -Me mira preocupado, mordiendose el labio y cambiando el peso de un pie a otro.

-Oh, disculpa, no sabia que íbamos a ningún lado - bajo las cejas, disgustada, aunque al segundo estallo en una risotada fuerte. Es imposible enfadarse con él, menos con esa cara-. Vamos anda... No tenemos todo el día, ¿no?