Capítulo 6
Thomas me mira exhalando una bocanada de aire frio. Empieza a oscurecer y se baja de la moto, estirando sus piernas entumecidas. Suelta un gemido al apoyar peso del cuerpo de nuevo, y frota con fuerza sus pantorrillas. Llevamos todo un día de camino, aunque aún nos queda mucho recorrido por trazar. Observo los rasgos de cansancio en su cara, que me dirige una mirada afable. Decido por fín pasearme por la zona y elegir un lugar para pasar la noche. Me bajo de la moto inspeccionando el lugar con delicadeza, intentando no pasarme ningún indicio de vida a mi alrededor. Cojo una linterna y apunto con ella a cualquier objeto sospechoso. Hemos parado en una vieja gasolinera abandonada a las afueras de un pueblo cercano. El sitio no parece para nada un lugar peligroso, ni siquiera hay una mísera señal de que haya habido en ella alguien recientemente. No hay gasolina en el surtidor, algo que no me extraña, y los estantes del interior del comercio están revueltos y la gran mayoría vacíos. Todavía quedan cosas que podrían ser de gran utilidad en un apuro; pero dudo mucho que las personas que en su día vinieran atemorizadas pensaran en ello. Recojo del suelo un pequeño frasco polvoriento, del cual no puedo ver el contenido. Intento leer la etiqueta del envase, pero lleva años desgastada. Abro el tarro y olisqueo vagamente su contenido. Anticongelante para el motor. Bueno, menos se que mi motocicleta no se averiará por las bajas temperaturas nocturnas. Guardo el frasco en la bolsa que cuelga sobre mis hombros y avanzo hasta el almacén. La puerta ha sido forzada y el interior del local desvalijado. Dudo mucho que hubiera estado nunca tan vacía. La habitación es cálida y parece limpia, puede que sea un buen lugar para descansar. Reviso el resto de la gasolinera y llamo a Thom para que venga a comer algo. Thom trae arrastrando las motos hasta donde supongo que estaría el mostrador y las tumba sobre el suelo para que no se vean desde el exterior. Después cierra la puerta como puede y la atranca con una barra metálica. Me dirijo al almacén, mientras Thomas recoge entretenido algunos objetos del suelo. Luego me los lleva y se vuelve a ir, divertido. Me siento en el suelo y enciendo un Led que nos alumbrará toda la noche. Me acerco lo que ha traído y se me escapa una tonta sonrisa. Reconozco que es un chico muy listo. Ha fabricado una especie de sillín a base de corcho y lo ha recubierto con tela fluorescente. La verdad me alegro de que alguien poca un poco de color a toda esta locura. Hay otro sillín idéntico, que supongo que será para uno de los dos. Saco una bolsita transparente de la mochila y extraigo de ella un poco de queso, más bien lo que quedaba de él, dos manzanas y una botella de agua. Es una cena pobre, lo sé. Lo más probable es que un 75% de la población del mundo desee una comida como esta, aunque solo sea un bocado. Limpio una manzana con el reverso de mi manga y le pego un gran mordisco; estoy hambrienta. Tengo que esperar a que llegue él, aunque solo sea por educación. Como tarde mucho comerá solo, me rugen las tripas. Al poco entra a la habitación, sonriente y cargado hasta arriba, apenas se le ve la cara. Cierra la puerta dando un sonoro portazo y suelta las cosas. Me sonríe, con cara de estar muy orgulloso de si mismo y le devuelvo la sonrisa. Toma en sus manos algo que no alcanzo a ver y lo esconde detrás suya.
-¿A qué no adivinas qué es? - me dice, infantilmente.
-Mmm.... A ver.... ¡Un unicornio! - me río.
-¿Cómo lo has sabido? - me responde, fingiendo estar sorprendido.
-Le he visto el cuerno, jijijijiji.- Bromeo. Me encanta hacerlo con Thomas, es la única persona que me puede hacer que me sienta como una niña pequeña, con la única persona con la que puedo volver a ser yo misma. Sin fingir, sonriendo, riendome enérgicamente. Total, dicen que para ser feliz es importante. - Bueno, ¿me vas a decir ya qué es o me vas a dejar con la intriga?
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