Capítulo 5
Bajo la empinada cuesta que me lleva hasta el garage y consigo abrir, no sin esfuerzo, una puerta oxidada. Avanzo un poco hasta un bulto tapado con una lana que está cubierta de una gruesa capa de mugre. Destapo después de años sin ser usada mi preciosa Ducati y me subo. Acaricio las llaves con la yema de los dedos y la arranco. Dejo que su sonido, su color, su fragancia a gasolina me envuelvan y me teletransportar en un viaje por mi pasado. La infinidad de recuerdos traídos de ninguna parte me recuerdan de algún modo la primera vez que la vi.
Mi padre montaba sobre ella como si de un jinete se tratara. Llevaba una camisa beis remetida remetida entre los pantalones de pana y una chaqueta. Mi padre solía decir que cuando viajaba en ella se sentía como un pequeño Indiana Jones; supongo que será alguien de su pasado o algún héroe de su tiempo, no lo se. Un día observó mi cara de asombro ante el rugido de su motor, y me preguntó si me gustaba. Yo asentí con la cabeza y mi padre me cogió en sus brazos, me abrazó muy fuerte y me dijo con una sonrisa que algún día sería mía. Lo que yo no esperaba es que fuera tan pronto. Claro, que tener como padre a Finnick Clafin, supone cierto riesgo. Le tendieron una emboscada en algún lugar remoto y allí quedó, inmóvil en el suelo, el que todos conocen como el gran héroe. Mi padre me dejó sola, con apenas nueve años, en manos de sus amigos de la organización, que empezaron mi entrenamiento casi de inmediato. Ocho años después, fui, soy, y seré la mejor Protectora del mundo. Quizas me venga de familia; ojalá lo supiera. Supongo que por eso le tengo tanto aprecio a la moto; aún me trae con el viento las cariñosas palabras de mi padre. Me doy cuenta de las lágrimas en mis ojos cuando me veo reflejada en el acero inoxidable del manillar y me las seco al instante. Llevo sin llorar desde hace ocho largos años, y así seguirá siendo. Ni un solo momento de flaqueza. Salgo de la cochera y miro a Thomas, desesperado, intentando configurar su Edis. Aprieta enfadado la pantalla del intercomunicador sin conseguir grandes resultados. Maldice en un susurro a todos los programas posibles y tira el Edis a un lado de la carretera. Hunde la cara en la profundidad de sus manos e hinca los codos sobre sus rodillas. Me acerco despacio, sin emitir el menor ruido, y recojo el Edis del suelo; parece que no se ha roto. Thom levanta la cara encendida de su agonía y me contempla un rato mientras configuro su intercomunicador.
-Parece que no te llevas demasiado bien con la tecnología ¿eh?- le digo ofreciendole la especie de reloj con una mano.
-Ese trasto nunca ha funcionado bien, y lo sabes perfectamente
-Claro, por eso a mí me funciona y a ti no -exclamo irónicamente-. Cógelo, sin el nunca llegaras muy lejos. ¿O acaso tienes otra forma mejor de comunicarte con Mathew?
Me bufa enfadado y me quita el Edis de las manos. Lo tomaré como un no. Se pone en pie de un salto y avanza hasta la moto. Pronto le pierdo de vista, pero al minuto vuelve.
-¿Qué pasa? ¿No vienes? -Me mira preocupado, mordiendose el labio y cambiando el peso de un pie a otro.
-Oh, disculpa, no sabia que íbamos a ningún lado - bajo las cejas, disgustada, aunque al segundo estallo en una risotada fuerte. Es imposible enfadarse con él, menos con esa cara-. Vamos anda... No tenemos todo el día, ¿no?
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